A decir verdad, siempre he sido un enamorado de las ruinas y los lugares abandonados; no se por qué, pero me producen una especial fascinación. No se qué tienen, quizás sea ese componente de misterio presente en todos ellos, el querer saber todo sobre el lugar; saber qué uso tenían en el pasado, imaginar las vidas de quienes lo habitaban o frecuentaban... No se a la gente normal lo que le inspiraran estos lugares, pero a mi me producen una atracción increíble, y cada vez que, perdido en mis paseos en bici, me encuentro con algo así, me veo atrapado hacia su interior para proceder a su exploración. Da igual qué tipo de ruinas sean, si de naves industriales o de canteras, de antiguos caseríos o viejos castillos... todo me atrae, todos estos lugares me transmiten algo que no sería capaz de expresar con palabras, y aunque hace mucho tiempo que los abandonaron sus usuarios, yo los siento vivos, con un montón de historias encerradas tras cada recodo.
Quizás esta afición se incrementó una lejana tarde de hace muchos años, en Buñol, cuando un grupo de amigos y un servidor nos colamos en la antigua fábrica de cemento abandonada. No puedo transmitir con palabras la inmensidad de aquel lugar, cada rincón diferente que aguardaba a ser visitado, cada sensación recibida por el lugar, y sobre todo, lo que no puedo describir es la inmensa vista que se veía desde lo más alto de la torre más alta de las que se situaban en lo más alto de la colina... Aquel día y aquella experiencia me marcaron de por vida, y aunque fue bastante peligroso, pues decir que el estado de la fábrica era ruinoso es un bonito eufemismo, es una experiencia que no cambiaría por nada, y que un día de estos repetiré cámara en mano.
Pero las ruinas de las que si que guardo recuerdos gráficos gracias a la inestimable colaboración de mi cámara, fiel amiga y compañera de mi vida, son las ruinas de una cantera abandonada en Requena, creada para la extracción de tierra para la construcción de la A-3 (hace unos 20 años). Este lugar me encantó, no sólo por las magníficas vistas que tiene, pues domina un valle, si no que además en esta ocasión pude saciar en bastante grado mi curiosidad hacia el lugar, porque gracias a una exploración exhaustiva (también debo decir que pasé una tarde de verano entera en el lugar, recorriendo cada palmo, y me fui porque se puso el sol) pude encontrar las oficinas del lugar, y al entrar en ellas hallé algo que ni siquiera habría imaginado en el mejor de mis sueños: al recoger los trastos, tenían tanta prisa que se llevaron todo menos los papeles de la empresa, por lo que pude saciar mi curiosidad entre planos y presupuestos de la empresa, proyectos, contratos con el ministerio y firmas de jefazos. Así pude datar el momento de ocupación y de abandono del lugar, y pude averiguar todo lo que quise sobre su funcionamiento. La verdad es que fue un día de suerte, pero la suerte es para quien la busca, ¿no?
Estupendo arranque el de tu entrada. Lo de la fábrica de Buñol debió ser en su día impresionante. Y sí, tienes razón, la suerte es para quien la busca. Me han gustado mucho tus fotografías de ruinas.
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